Clínica Veterinaria "La cuadra de Matilla"
24/03/2021 | Lucía Mantilla: "Los caballos también tienen su hospital"


Maoño es una localidad ubicada en el extremo sur del municipio cántabro de Santa Cruz de Bezana. Está a unos seis minutos en coche de Santander pero, milagrosamente, es una población que se ha librado del boom inmobiliario y de las segundas residencias, conservando su desbordante naturaleza.

 

Aquí nació Lucía Mantilla hace 35 años. Desde muy niña su vida siempre ha estado ligada a la de los caballos. Su vida transcurría en paralelo con la de los equinos que tenían en su familia, y con sólo seis años de edad llegó incluso a competir en diferentes pruebas en la región. Como no podía ser de otra forma, cuando fue a la universidad estudió Veterinaria y trazó un pormenorizado perfil para su futuro en el que los caballos y su pueblo tenían un papel protagonista.

 

El caballo siempre ha estado en la vida de Lucía y ha tenido mucha presencia en Cantabria. Por número de equinos, España se encuentra dentro del top five de la Unión Europea. Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, hasta abril de 2019, el censo de equinos era de 654.217 ejemplares. Andalucía es la comunidad autónoma con mayor número de estos cuadrúpedos, con 207.637 y una tasa de 41 habitantes por caballo. La media nacional es de 72 habitantes por caballo y, en el caso de Cantabria, con un censo de 26.898 ejemplares, tiene una media de 22 habitantes por caballo, de las más altas del país.

 

Déficit de hospitales

 

En el sur de España es más frecuente encontrar clínicas que siguen el modelo planteado por Lucía. En el norte hay muy pocas, y de hecho, en Cantabria, sólo hay una más al margen de la suya. Su cuadra está dada de alta como consultorio veterinario. sólo hay una más al margen de la suya. Su cuadra está dada de alta como consultorio veterinario.

 

Recuerda que para poner en marcha su clínica, toda la inversión fue personal y no contó con ninguna subvención. Gracias a sus padres y los ahorros que había ido guardando “de trabajar fuera sin tener apenas vida social ni tiempo para gastar lo que ganaba”, puso en marcha el proyecto. En su experiencia irlandesa ha ido conociendo a otros compañeros que, como ella, han regresado y están trabajando como autónomos en otros municipios rurales.

 

Destaca que en su clínica puede hacer incluso operaciones menores. Pero, cuando estas se complican, como sucede con las cesáreas o los cólicos, hay que acudir a un hospital con más medios, pero el más cercano está en Madrid. “Una operación de cólico es a vida o muerte. Cuando esto sucede hay que subir al caballo a un remolque y llevarlo a Madrid. Un viaje de cinco a seis horas que puede acabar con la muerte del animal. Sin duda todavía estamos a años luz de otros países”, dice Lucía.

 

“En Cantabria y Asturias hubo hospitales pero los dueños de los caballos han actuado siempre de la misma forma. Cuando un animal se ponía enfermo simplemente le dejaban morir. Cuando se les avería un coche cualquier persona lleva su coche al taller y pide un presupuesto para arreglarlo. Sin embargo aquí la gente compra caballos como si fuesen bicicletas que cuestan 50 euros y, si se estropean, las tiran en el desguace. Saben que un caballo, esté enfermo o no, come todos los días y eso es un gasto. Se tiene muy poco amor y poca cultura por hacer las cosas bien. Estamos intentando educar a los propietarios, porque si en estos momentos se pusiese un hospital con quirófano y servicios, seguro que no perduraría porque no tendría suficientes pacientes”, comenta Lucía. Mario Sánchez Prada

 Consejos que educan

 

Las personas no cambian de la noche a la mañana y se necesita un proceso educativo. Desde La Cuadra de Mantilla han comenzado a aconsejar sobre los beneficios de poder llevar los animales a los especialistas. “Cuando le dices a una persona que un servicio cuesta unos 240 euros te miran como diciendo ‘¡Qué caro!’. También lo repiten cuando presupuestas 20 euros por tener una noche al caballo proporcionándole sus medicamentos. En Irlanda e Inglaterra nadie se echa las manos a la cabeza. Comprenden lo que cuestan los servicios y los pagan”, se queja Lucía.

 

En su pueblo han recibido muy bien la clínica. “Maoño tiene unos 700 habitantes, somos cuatro amigos. No es un pueblo en mitad de la nada. Estoy al lado de Santander y tardo cinco-diez minutos en ir al aeropuerto.

Reconozco que para estar tan bien comunicado es un pueblo que se conoce muy poco. Lo bueno es que es el único pueblo de la zona que se ha salvado de las construcciones masivas y del boom inmobiliario. Me gusta porque todavía sigue siendo un pueblo”, explica la veterinaria.

 

 

Comenta que ella sabe muy bien lo que es el trabajo duro. “Por eso, trabajar en mi pueblo, en un entorno rural, es una maravilla. Aquí estás al aire libre, rodeado por la naturaleza, tratando con los ‘paisanucos’ del pueblo”, comenta esta nueva pobladora.

 

No tiene web. Utiliza Facebook y lo que mejor le funciona es el boca a boca. Sus primeros clientes llegaron desde el propio mundo equino. Ha recorrido gran parte de los picaderos de la región y siempre que ve a alguien con un caballo le da el contacto de su clínica. Participa en la campaña de cubriciones de Cantabria, donde ha conocido a muchos ganaderos que ahora confían en ella para cuidar de la salud de sus caballos. También visita pueblos muy aislados y le gusta el trato que recibe de los vecinos.

 

Quiere destacar que, aunque hace muchos años que las escuelas de su pueblo ya no tienen niños, ella tuvo la posibilidad de realizar sus estudios en Santa Cruz de Bezana, y se siente muy orgullosa porque con una diferencia de apenas un año, de ese colegio ha salido una cuadrilla de tres veterinarias que han optado por los caballos. Dos ejercen en Cantabria y la otra en Estados Unidos.

 

Cuando decidió volver a su pueblo los vecinos le preguntaron que para qué iba a regresar allí. Lucía les respondió: “¿Qué voy a hacer yo en una ciudad? No cambio mi pueblo por nada. Tengo el aeropuerto a 10 minutos. El cine, los restaurantes, el supermercado, el médico e incluso el puerto, están todos dentro de ese ratio de tiempo. Vivo en mitad de la nada y donde no me molesta nadie. Cuando miro por la ventana veo mis caballos y mis perros, y eso no lo cambio. No me puedo quejar. A veces me tienen que decir desde fuera que esto es una pasada de sitio porque yo ya no me doy cuenta de dónde estoy. Mi futuro está aquí, por eso acabamos de hacer una casa en la propia clínica. Lo que antes era un pajar lo hemos convertido en apartamento”.

Fuente: Red Rural Nacional